El sábado tuve la experiencia más surrealista ocurrida una noche de San Juan que puedo recordar.
Supera con creces a aquel año que tres señores de la hoguera de al lado, con edad para ser nuestros padres, nos gritaban en calzoncillos: "¿Nos lo quitamos todo?"... Esto... ehmmm... NO, POR DIOS.
Resulta que una amiga de una amiga tiene un piso con terraza y propuso hacer una barbacoa/sardiñada.
A mí, invadida por el espíritu de la buena invitada, se me ocurrió hacer un bizcocho para la ocasión (está mal que yo lo diga, pero me salió riquísimo).
Hasta ahí todo normal.
Llegamos y me veo obligada a ver medio partido de la Eurocopa, entre comentarios sobre guiñoles, lo poco agraciado que es Ribéry (curiosamente, y pese a ser la menos futbolera de toda la concurrencia, sólo yo sabía a que se deben sus cicatrices), y demás comentarios patrióticos (me mondo) aliñados por los odios personales de alguno de los presentes hacia uno u otro jugador español.
No me hizo gracia tener que ver el partido porque estoy haciendo huelga copera por cuestiones que nada tienen que ver con el deporte, sino con
cierta exención fiscal (aquí os podéis mondar vosotros de mí si queréis). Tócate los cojones. Curiosamente (otra vez) sólo un par de los asistentes teníamos conocimiento de esto.
Hasta aquí todo... más o menos normal.
El piso tiene una distribución curiosa. Se accede directamente al salón,
a la derecha la terraza, al fondo a la izquierda, una puerta que
comunica con el resto de las estancias.
Acaba el partido, y empieza el movimiento, poner música, colocar y preparar las parrillas, hacer las brasas, seguir bebiendo sangría...
Llega el esperado momento en el que las brasas tuvieron la aprobación general, y hay que ir a por la carne y las sardinas a la cocina.
Y aquí fue cuando todo dejó de ser normal.
De pronto aquella puerta en la que nadie había reparado más que para cerrarla y que el humo no invadiese la casa tomó protagonismo. Y lo tomó a lo grande. de repente 13 personas estábamos totalmente concentradas en aquella dichosa puerta. Aquella puerta no hacía su trabajo. Aquella puerta no se abría. DRAMA.
Las brasas a punto. Pasadas las once de la noche, y trece personas adultas hambrientas a un lado de la puerta, y toda la comida y la bebida, al otro. DRAMA TOCHO.
Prueban con todas las llaves que hay de ese piso. Prueban con tarjetas de crédito, con plásticos varios. Prueban con una horquilla. Estoy segura de que alguno incluso prueba a rezar a San Pedro por lo de las llaves, y luego a San Juan, por aquello de que no le gustase que le robasen el protagonismo. Pero nada funciona. La puerta sigue impidiéndonos acceder a todo el festín. Y a mi bizcocho. QUE ALGUIEN SALVE A MI BIZCOCHO. YA.
La cerradura es de esas que está en un pomo redondo (los carga el diablo, lo sé por experiencia) y no hay forma de desmontarlo porque no hay tornillos visibles. Intentan arrancarlo, pero en vano. Propongo saltar el bombín de la cerradura con un destornillador y un martillo. Me miran con escepticismo. Y entonces, no me preguntéis por qué, uno de los invitados anuncia que tiene un taladro. UN TALADRO.
La expectación es total mientras nuestro MacGyver particular monta el taladro (en serio, ¿qué hacía con un taladro?). El ruido es infernal, y yo no puedo parar de pensar en lo surrealista que es todo. La primera broca no funciona, así que prueban con una más pequeña. En ese intervalo, otro de los chicos agarra el pomo. Craso error. Como era previsible, quema. Prueban con la segunda broca. En contra de lo que pueda parecer, el mierdapomo es inmune a los taladros, no cede ni un milímetro. LA TENSIÓN SE PUEDE PALPAR.
Fuera se escucha un helicóptero, supongo que de la policía. VIENEN REFUERZOS. ¡El SWAT nos salvará de una muerte horrible por inanición! (No me juzguéis, vivía momentos de gran estrés preocupada por mi bizcocho).
Vuelve el taladro. No hay avances. La broca se rompe. LA BROCA. ROTA. ¿QUÉ VA A SER DE NOSOTROS AHORA?
Se viven momentos de incertidumbre, la gente no sabe qué hacer. Empieza a cundir el desánimo. Y entonces la dueña del piso da permiso para romper el cristal de la puerta. Aquí en serio que temí por la integridad de la persona que lo hiciese, y sugerí utilizar una silla. Volvieron a ignorar mi sugerencia porque no querían una silla rota también. Por suerte, el chico encargado de abrirnos paso hacia el mundo más allá de aquella puerta, tiene un momento de inspiración y dirige sus patadas al pomo, en vez de al cristal. El ruido es terrible, la puerta opone una fiera resistencia, pero al final la cerradura cede acompañada de una lluvia de cristales. SUSPIRO DE ALIVIO.
La gente corre hacia la cocina, presa del pánico ante la posibilidad de que el esfuerzo haya sido en vano, y una banda de ninjas hubiese entrado por la ventana a robarnos la carne y las sardinas, pero sólo para despistar, porque lo que realmente querían era mi bizcocho. No me miréis así. ERA DE ZANAHORIA Y NARANJA, ¿VALE?
Afortunadamente los ninjas no habían tenido noticias de la sabrosura de mi bizcocho, y por eso toda la comida sigue allí.
Asamos grandes cantidades de carne y sardinas, nos echamos unas buenas risas recordando el incidente, hicimos una buena queimada y luego fuimos a la playa a saltar una hoguera para espantar los malos espíritus.
El resto de la noche transcurrió con normalidad. Todo lo normal que pueda ser una Noche de San Juan en Coruña. Vamos, que normal, normal... no fue.
Pero esa, queridos amigos, es otra historia.