Hace unos días tuve la oportunidad de visitar
Oporto.
E. tenía que llevar a sus dos hermanos al aeropuerto de Oporto, y dado que F. le iba a acompañar, me preguntaron si me apetecía unirme y así pasar el día conociendo la ciudad.
Iba a tener que madrugar como nunca, pero merecía la pena.
El caso es que el viaje no empezó demasiado bien. Yo tenía que coger un tren a Vigo la tarde antes, y gracias a que mi móvil estaba 5 minutos atrasado, no perdí el tren por los pelos. Fui la última en subir justo antes de que se cerrasen las puertas, y tardé cosa de 10 minutos en recuperar la respiración. Para colmo, seguro que el nombre de
Adrián os suena…
Al día siguiente, el despertador sonó a las 4:35, y os aseguro que no tenía ni idea de donde estaba, ni por qué el infernal instrumento estaba haciendo tanto ruido.
Fuimos a buscar a E. & familia y emprendimos un divertido trayecto hasta Oporto, sazonado por las indicaciones del GPS, y montones de comentarios tronchantes.
El aeropuerto Dr. Francisco Sá Carneiro es un edificio que impresiona, tanto por su tamaño como por su arquitectura, claro que yo para eso no soy objetiva, y me pasé bastante rato embelesada con la solución estructural.
Una vez embarcados los hermanos de E. nosotros continuamos nuestro viaje hasta el centro de Oporto, allí pasamos por al lado de la Casa da Música, aunque no nos paramos, así que una razón para volver.
Cualquiera que haya ido a Oporto, tiene, por fuerza, que haberse sentido impresionado por la belleza de esta ciudad. No me sorprende en lo más mínimo que su Centro histórico haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, solo hace falta pasear por sus calles dejando que la historia te empape para comprender el por qué de la decisión.
Cada fachada que ves, cada calle, tiene algo que hace que merezca la pena pasar por allí y dejarte seducir por el colorido que derrochan.
Paseando, también, no puedes dejar de observar que en conjunto, necesita una fuerte labor de rehabilitación, y ante algunos ejemplos de abandono, acabas por preguntarte cómo es posible que un edificio tan bonito pueda estar desaprovechado.
El hecho de que la ciudad se asiente en uno de los márgenes del Duero, hace que la ciudad vaya trepando por la ladera, así que preparaos para pasaros el día subiendo y bajando calles empinadas.
Casi por casualidad encontramos una oficina de turismo, donde nos indicaron muy amablemente unos cuantos sitios que sin duda no podíamos perdernos, como algunos ya los habíamos visto, continuamos nuestro agradable paseo haciéndolo coincidir con los lugares restantes.
Así pasamos por el Mercado do Bolhao, un caso gravísimo de dejadez y abandono, donde los comerciantes se resisten a dejar que el edificio se venga abajo, aunque por lo visto, su denuncia no está siendo atendida.
Como contrapunto, la estación de tren de S. Bento, con su recibidor forrado por 20.000 típicos azulejos pintados portugueses, obra de Jorge Colaço, formando unos murales que narran la historia de Portugal.
Lo curioso de esta estación es que nada más arrancar, el tren desaparece durante casi un kilómetro en un túnel para reaparecer discontinuamente paralelo al río, aunque a más altura. Desde aquí se conecta Oporto con otras poblaciones portuguesas, así como con Vigo o Madrid. Eso sí, si queréis ir al baño, ir preparando 50 céntimos, que ya le tienen que sacar beneficio puesto que tienen a una empleada sentada controlando que a nadie se le pase meter la monedita.
Nuestro paseo nos llevó, pasando por un mercado relativamente reciente, al Terreiro da Sé, donde se sitúa el Palacio Episcopal, la Catedral, un Museo de Arte Sacro… por lo que he descubierto investigando, la visita a la Catedral puede resultar bastante interesante, así que si vais con más de un día, quizá no sea mala idea visitarla.
Lo que sí vais a encontrar, sí o sí, dado que se encuentra a bastante altura sobre la ciudad, es una buena panorámica sobre el mosaico de tejados del casco histórico, así como una preciosa vista sobre el río y sobre Vilanova da Gaia, en la otra orilla.
Desde allí, optamos por aventurarnos bajando el laberinto de escaleras que surcan esa zona de la ciudad bajando hacia la ribera, donde tras cada esquina nos encontrábamos con un rincón agradable y colorido que disfrutar.
Aparecimos en la zona de restaurantes que hay en la ribera, pero como aún no era hora de comer, y no estábamos cansados, decidimos cruzar el río por el impresionante Puente de Dom Luís I, que se empezó a construir en 1881, el primero con estructura de metal sobre el río.
Desde el otro lado, en Vilanova da Gaia, se tiene una vista estupenda sobre Oporto, y sobre el río y sus Cais, donde están fondeados los barcos Rabelos, con los que se transportaba el vino Oporto. Por cierto, en este lado del río es donde están las bodegas del famoso vino, y os invito a comprobar que casi todos los nombres son ingleses. Los viñedos, por lo visto se sitúan en los cañones del Douro, de la misma forma que los Ribeira Sacra se cultiva en los cañones del Sil.
Otra vez en el lado portuense nos dedicamos a descansar un rato en los bancos y luego a decidir a cual de los numerosos restaurantes iríamos a comer.
Si os gusta el bacalao, irse de aquí sin comerlo es casi delito, aunque si como a mí, no os gusta, hay muchas cosas más que seguro os dejarán satisfechos, y siempre con el acompañamiento de grandes cantidades de arroz, patatas…
Ya os digo, a mí me encantó esta ciudad, y tengo unas ganas tremendas de volver y disfrutarla con calma y a pequeños sorbos, como se debe hacer con los vinos.